A Adenaurys Montero, el mismo lago que le da trabajo podría quitárselo si sus aguas siguen creciendo al ritmo endiablado de la última década.
Este joven dominicano de 25 años que desde hace seis pasea a los turistas en barco por el mayor lago del Caribe, en el oeste de República Dominicana, ha perdido clientes.
La crecida del lago Enriquillo se ha llevado por delante una playa, una fuente de aguas sulfurosas y ha alejado a los flamencos, pero todavía puede mostrar a los visitantes las iguanas y los cocodrilos y llevarlos de excursión a isla Cabrito.
Al igual que los turistas, esa isla, un pedazo de tierra en el interior del lago, mengua cada año.
Peor suerte ha tenido su vecino Ángel Lucas.
Antes de que las aguas comenzaran a crecer vivía de la tierra y el ganado. Pero el lago engulló sus plantaciones de yuca, batata y guineo (banano) y dejó sin alimento a sus siete reses, por lo que se vio obligado a venderlas.
"Se lo llevó todo el agua", lamenta Lucas en conversación con BBC Mundo. "Nos dejó pobres. No sabíamos ni qué comer por acá".
"Mis tierras estaban arriba (en la montaña) y yo pensé que nunca iba a llegar allí el lago.
Aquí dicen personas que se han muerto de ciento y pico de años que el lago nunca llegó a esos extremos donde se encuentra ahora", afirma este vecino de 49 años de La Escondida, una de las comunidades aledañas al lago Enriquillo.
"Imagínate lo que se siente cuando uno ve sus tierras, coge el camino para los conucos –cultivos- y no encuentra el sostén de cada día, imagínate".
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