La beatificación de Juan Pablo II este fin de semana es la más rápida que se ha producido en los tiempos modernos. Aunque los católicos puedan creer que su iglesia tiene algo de sobrenatural ya Tomás Aquino, en el siglo XIII, advirtió que no está exenta de las realidades de la naturaleza humana, incluyendo las normas de la psicología, sociología e incluso de la política. Algo que también es cierto cuando se trata del negocio de declarar santos. Eso será evidente el 1 de mayo, cuando el Papa Juan Pablo II sea beatificado en una ceremonia en Roma que se espera que atraiga a centenares de miles de personas a la Plaza de San Pedro en el Vaticano. La beatificación surgió como una manera de autorizar la veneración de un candidato a santo, el "beato", en la zona donde vivió. Para Juan Pablo II ese peldaño lo alcanzó tan sólo seis años y un mes después de su muerte, ocurrida en 2005. Criterios cumplidos: La premura ha dejado perplejos a algunos, sobre todo a quienes cuestionan el historial que tuvo como Papa en el manejo de los casos de pedofilia cometidos por prelados católicos. Pero el Vaticano asegura que los criterios han sido cumplidos. Existe una convicción popular de que Juan Pablo II era un hombre santo –un exhaustivo estudio oficial de la Iglesia concluyó que había vivido una vida de "heroica virtud"-. Además, los doctores de la iglesia han logrado documentar al menos un milagro debido a su intervención: el saneamiento de una monja francesa de 49 años que padecía Parkinson, la misma enfermedad que sufría el Papa. Sin cuestionar esas razones, es justo decir que cierta dinámica institucional y hasta un poco de política han ayudado en el rápido proceso de Juan Pablo II. En 1983, el Papa reformó el proceso haciéndolo más rápido, más simple y más barato. Eliminó la oficina del "Abogado del Diablo", un funcionario cuya labor era tratar de descalificar los casos de santidad, y redujo el número de milagros necesarios para calificar.