Alrededor de 50 técnicos japoneses trabajan a contrarreloj en la planta nuclear de Fukushima para tratar de estabilizar los reactores de la central situada 220 kilómetros al norte de Tokio. Ellos son, quizás, la última oportunidad que tiene el país para evitar una catástrofe nuclear de mayores proporciones. Con los sistemas de refrigeración inutilizados por el terremoto y el tsunami del viernes, este puñado de técnicos que permanece en la central intenta bombear agua de mar a los reactores fuera de control, al tiempo que enfrentan altos niveles de radiación, explosiones, fuego y vapor. Trabajan cambiando turnos de forma constante para tratar de limitar lo más posible su exposición a la radiactividad. Utilizan trajes especiales que los protegen, pero los riesgos a los que están expuestos son enormes.
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