lunes, 11 de julio de 2011

La cortesía vuelve a estar de moda.

Tras años de olvido y hasta desprecio por las reglas de urbanidad, una ola de manuales sobre buen comportamiento invade las librerías europeas. ¿Hipocresía social o reacción ante una incivilidad en ascenso?...

Es frecuente escuchar las quejas sobre la falta de modales de los jóvenes, liberados -¿para mal o para bien?- de las normas que antes se consideraban esenciales para moverse en sociedad. A los maestros les cuesta hacerse respetar en la escuela; a los clientes, obtener un buen trato en las tiendas, y a los usuarios, en las oficinas públicas y de servicios: ¿quién no ha padecido alguna vez la brusquedad o rudeza en el contacto -obligado porque vivimos en sociedad- con los demás? Y, en otro orden, ¿quién no ha lamentado ignorar las reglas de urbanidad al encontrarse ocasionalmente en un ambiente en el que éstas rigen?

"La sociedad moderna optó por abandonar el buen vivir en nombre del individualismo; optamos por ser individuos puros, personas que se definen como seres completos sin necesidad de los otros", explica Bertrand Buffon, autor de El gusto por la cortesía. Pequeño compendio de buenos modales al uso del vasto mundo. La situación presente se explica, para él, porque optamos por ser "seres libres, no sociales", cuyo "objetivo no es relacionarse con los demás para realizarse, sino realizarse primero como individuos, para lo cual hay que liberarse de las reglas". Este deseo de "singularidad", para el cual es necesario "rechazar las reglas que son comunes a todos", tiene, según Buffon, su origen en el movimiento del mayo de 1968, en Francia, y la necesidad de romper con "una hipocresía burguesa insoportable". Pero, agrega, esa ruptura "al comienzo no presentó un problema, porque las generaciones del 68 abandonaban algo que conocían; habían sido educados en las reglas, las abandonaban, pero las conocían; en cambio, las generaciones actuales, sus hijos y nietos, las ignoran". Eso explica, para él, el "ascenso de la falta de respeto, de la incivilidad, de un egoísmo exacerbado, del exhibicionismo y su contracara, que es la falta de discreción".

"Por ello -concluye Buffon-, hoy asistimos a una vuelta del péndulo, porque en el fondo somos seres sociales, queremos ser felices en sociedad y hacer felices a los demás". Lo cierto es que se ha despertado últimamente un interés por conocer esas normas, recuperarlas en la práctica e, incluso, volver a inculcárselas a los hijos. ¿Es sólo nostalgia de tiempos pasados o una verdadera necesidad de imprimir a las relaciones humanas el mínimo necesario de respeto? La convivialidad hace la vida más agradable, sin duda. El saber vivir, el decoro y los buenos modales se vuelven a cotizar como un valor cuya adquisición ya no es despreciada.

Laurence Caracalla, que acaba de publicar un Manual de buenos modales para negados, coincide en que "hoy los padres vuelven a sentir la necesidad de dar a sus hijos una educación más estricta, más precisa, porque saben que van a tener una vida difícil en lo profesional y esto les puede dar una herramienta para enfrentarla". "Es bueno enseñar algunos códigos a nuestros niños que les permitirán sentirse cómodos en cualquier lugar que les toque estar", agrega esta especialista en urbanidad, en cuyo libro se pueden encontrar los ocho principios básicos de la caballerosidad.

Es bueno, por supuesto, distinguir el esnobismo de la cortesía, esa condición que nos permite actuar con naturalidad donde sea que estemos. Claro que, para ello, es bueno conocer las normas en uso en cada ambiente; internalizarlas es lo que permite una conducta que no resulte artificiosa o parezca más una pose que una verdadera educación. Entre la mayoría de los jóvenes de hoy campea la más completa ignorancia sobre estas reglas. Pero siempre es mejor conocerlas, nunca se sabe cuándo nos tocará tener que aplicarlas. La socióloga Dominique Picard, autora de Cortesía, buen vivir y relaciones sociales, asegura que existe un verdadero fenómeno editorial en torno a los tratados de buenas maneras, pero destaca con ironía que "nadie admite comprar y leer esos libros". "Comprar uno de estos tratados implica que uno no conoce las reglas y confesarlo no le gusta a nadie", dice.

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